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CARTAS DESDE RÚSSIA (RELATO CORTO)

  • Foto del escritor: mamatribudoula
    mamatribudoula
  • 13 jul 2017
  • 3 Min. de lectura

Este relato le tengo un especial cariño. Con él gané el primer premio de un concurso literario organizado por el ayuntamiento de mi ciudad.

A pesar de que es una historia ficticia, está basada en hechos reales.

CARTAS DESDE RUSIA

La primera carta que me llegó de Miguel era del mes de noviembre, hacía cuatro semanas que se habia ido al frente, a luchar al lado de los alemanes, a enfrentarse a los rusos.

No entendí nunca porque se fue, él creía que era su deber como ciudadano español, yo pensaba que eso era un suicidio.

En esa primera carta se le veía animado, me contaba cosas del país al que habían ido a luchar, me hablaba de sus compañeros, todo chicos muy jóvenes, como él, entusiasmados ante esta aventura que habían empezado.

A pesar de sus palabras alegres, yo no podía dejar de pensar que al fin y al cabo, habían ido allí a luchar.

La segunda carta llegó a mediados de enero, y aumentó aún más mi angustia.

Me contaba cosas horribles. El tiempo era espantoso, hacía muchísimo frío, las temperaturas llegaban a los treinta bajo cero. Los uniformes que llevaban eran miserables, incapaces de aislarlos ni un poco de ese frío infernal.

Pasaban hambre, el ejercito alemán no les proveía de casi nada, sólo tenían patatas y poca cosa más. El alcohol pasaba de mano en mano, era la única manera de poder engañar el hambre que tenían.

Tiempo después también supe que consumían algunas drogas para poder soportar todo aquél horror en el que se habían metido.

Una tercera carta llegó el veintitrés de febrero. Estaba toda arrugada y se había corrido la tinta. Me desesperé pensando que quizás no podría leer las palabras del hombre que amaba, y que sabía que tanto estaba sufriendo.

La cogí y con mucho cuidado fui descifrando palabra por palabra todo lo que él me quería transmitir.

Aquí me contaba que avanzaban hacía Moscú, en una situación penosa, con la nieve hasta la cintura, la ropa rota, las botas agujereadas… era horrible, no podía parar de llorar al pensar en como lo estaban pasando de mal.

Las cartas mostraban sus ánimos, cada vez más exiguos, ya no sabían porque luchaban, ni porque el ejercito alemán los había abandonado a su suerte en esa tierra de muerte y destrucción.

También me contaba la retirada, desde Moscú hasta Smolensk. Esa huida significó la muerte de muchos de ellos. El hambre, el frío y la desesperación acabaron con la vida de miles de soldados españoles. Sus estado de ánimo estaba por los suelos, se sentían tristes, solos y desesperados.

Miguel llevó sobre sus hombros durante más de trescientos cincuenta y cuatro kilometros a Manuel, un chico del barrio que había ido, como él, cargado de esperanza. Manuel se quedó sin fuerzas, las piernas ya no le aguantaban, estaba herido de bala en una pierna y le pedía a Miguel que lo dejará morir allí, que se salvara él. Pero Miguel se lo puso a la espalda hasta que por fin pudieron acampar y auxiliarlo.

Después de esa carta estuve mucho tiempo sin saber nada de él. Los meses pasaban y yo cada día abria el buzón con la esperanza de encontrar carta de él.

En mi desesperación llegué a pensar que estaba muerto y que por eso ya no sabía nada de él.

En el cuartel de Barcelona no sabían decirme nada. Como era posible que nadie se preocupara de la suerte de esos chicos que estaban luchando en un país lejano, por una causa que ya ni siquiera recordaban?

Así pasaron más de ocho meses, ocho meses de silencio absoluto, de no saber si era viuda, de saber que había pasado.

Era el mes de octubre y en Barcelona empezaba a hacer frío. Esa mañana salí a comprar el pan, y al volver vi al cartero frente a la puerta de mi casa. Me sonreía. Carta desde Rúsia, me dijo. Mi cara se iluminó, y el corazón me latía cada vez más fuerte. Cogí la carta y entré en casa corriendo, a leerla.

RIGA 1 de octubre de 1943

Amada María,

Te escribo esta carta desde un balneario de Riga, en Letonia, donde me estoy recuperando de la herida de bala y de principios de congelación. Gracias a Dios nos trasladaron aquí con Manuel cuando llegamos a Minsk. Nos han atendido muy bien y nos estamos recuperando satisfactoriamente. Manuel está conmigo, pude salvarle la vida, pero no la vista que la ha perdido. A pesar de todo, está feliz. Los dos lo estamos porque, por fin, volvemos a casa. En unos días tendré el alta y volveré a tu lado, amor mio. Esta pesadilla ha acabado.

Con todo mi amor, Miguel

El 21 de noviembre de 1943 Miguel volvió a casa. Cuando hablaba de Rusia se le saltaban las lágrimas, no soportaba aquellos dolorosos recuerdos de la guerra. Nunca volvió a ser el mismo.

Sesenta años más tarde, su nieta contaría todo por lo que su abuelo tubo que pasar.

 
 
 

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