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EL DÍA QUE ME CONVERTÍ EN MADRE

  • Foto del escritor: mamatribudoula
    mamatribudoula
  • 12 jul 2017
  • 3 Min. de lectura

Habíamos pasado nueve meses de búsqueda y un aborto de seis semanas de gestación.

Volvíamos de unas merecidas vacaciones en Menorca, y al llegar al pueblo a ver a los abuelos, caí en la cuenta de que, tras mi pérdida, no me había venido la regla aún. Así que ese mismo día fuimos a comprar un test de embarazo. Entramos los dos juntos al baño, y fue mojarlo con el pipi y la ralla del positivo salió al instante. En ese momento empecé a temblar de emoción y a llorar de felicidad.

Empezaba a vivir la magia del embarazo.

Aunque no fue todo fácil, en la ecografía de las 12 semanas nos dijeron que parecía que estaba de un poco menos y que veían el pliegue nucal por encima de lo normal, eso podía indicar síndrome de down. En ese momento me vine abajo por completo, pero nada era seguro. Teníamos que esperar dos semanas y repetir la ecografía.

Tras dos semanas de muchos nervios, nos la repitieron y parecía que todo era normal.

Unas semanas más tarde me hicieron la amniocentesis y los resultados también salieron todos bien. Y venían con la noticia de que era una niña. Nos pusimos como locos de contentos.

El resto del embarazo pasó sin mayores complicaciones, sólo el azúcar un poco alterado y poco más.

Estando de 38,5 semanas, estábamos un viernes cenando en casa de mis padres. Y mi hermana nos contaba que al día siguiente se iba con unas amigas de fin de semana. Mi chico le dijo, no te irás.

Se referían a que me pondría de parto, pero yo les decía que aún no me tocaba. Estaba bastante tranquila.

Esa noche, volviendo andando hacia casa, me tuve que parar varias veces por los dolores que me daban.

Nos acostamos y yo no podía dormir. Y sobre las dos de la mañana me levanté al baño y al andar por el pasillo noté que había roto aguas. Era como si me estuviera haciendo pipí encima. Así que fuí al baño y comprobé que eran aguas limpias. Eso me tranquilizó. Avisé a mi marido y empecé a ducharme y arreglarme. Preparé todo lo que teníamos que llevarnos y llamamos a un taxi. Me sentía súper tranquila, y emocionada porque por fin Emma estaba en camino.

Ya en el hospital y con sólo alguna contracción, me pusieron los monitores y la ginecóloga de guardia nos dijo que aún no estaba de parto, pero que al tener rota la bolsa me dejaban ingresada. Si el domingo no me había puesto de parto me lo provocarían.

A eso de las cinco de la mañana nos suben a una habitación, yo enchufada a una vía con antibiótico, por precaución. Mi marido se tumbó para descansar un poco, y yo en la cama iba controlando las contracciones que empezaban a llegar. Cada vez eran más seguidas, y mucho más dolorosas. Hubo un momento en el que pico de dolor era casi inaguantable, así que avisamos y me bajaron a la sala de partos. La comadrona me exploró y vio que ya llevaba 4 centímetros de dilatación.

Así que procedieron a ponerme la epidural. Ese fue un momento tenso y no lo pasé muy bien, pero una vez pasado, me tumbaron y a descansar. Sólo había que esperar.

La cosa iba rápida, cada vez que me miraban había dilatado un poco más. Me encontraba genial, y súper tranquila. Confiaba plenamente en mi cuerpo, y en la capacidad maravillosa de las mujeres de parir.

Estaba mi marido fuera tomándose un café. Y de golpe empecé a notar una presión muy fuerte en la zona de la pelvis. Y unas ganas tremendas de empujar. La comadrona mandó llamar al papá porque sino, se lo perdía.

No eran ni las once de la mañana y tras cuatro empujones, Emma vio la luz. Los sentimientos y emociones que se agolparon en ese momento son muy difíciles de expresar con palabras. Una inmensa felicidad nos invadió por completo. Nuestro sueño se había hecho realidad. Emma era perfecta. Y nos llenó la vida de luz.

En el quirófano hubo unos momentos un poco tensos porque parecía que la niña no arrancaba a llorar, así que siguiendo instrucciones de la comadrona, el papá le hizo presión en las palmas de los pies hasta que la peque arrancó a llorar a todo pulmón.

Una vez pasado esto, ya nos subieron a planta y empezamos nuestra vida juntas.

Hoy mi niña cumple nueve años, y ella es el mejor regalo que podíamos tener su padre y yo.

Me siento inmensamente feliz.

 
 
 

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