MI MOCHILA

Llevo una mochila siempre pegada a mi espalda. En ella está todo lo que soy.

Desde pequeña he ido almacenando en la mochila todas mis vicencias. Mis sueños de niña. Mis miedos. Mis fustraciones. Mi dolor ante la incomprensión de lo que pasaba a mi alrededor.

Al crecer la mochila cada vez pesaba más. Todo lo que vivía allí iba. Todo lo que sentía. Lo que me gustaba, lo que detestaba, lo que me hacía reír, lo que me hacía llorar, todo lo mandaba a la mochila.

A día de hoy esa mochila pesa mucho. Tengo cuarenta años. Y sigo mandando allí mi día a día, mi trabajo, mi labor como madre. Sigo cargando con muchas decepciones vividas a lo largo de estos años. Con muchas lágrimas. Pero también con miles de risas, de momentos felices. De gente que me ha hecho feliz, de gente que he desterrado de mi vida o que simplemente decidieron irse ellos.

Todo, absolutamente todo, pesa.

Allí voy poniendo mis sueños y proyectos. Mis miedos e inseguridades. Mis dudas. Mis tareas pendientes.

La música que me ha hecho bailar, la que me ha hecho pensar, retroceder en el tiempo, la que me da buen rollo.

Los besos y abrazos que he dado, los te quiero que he dicho, los te odio que he solatado.

Esa gente que me ha hecho daño. Esos también los he cargado en mi mochila.

Pesa todo tanto que me siento agotada de cargar con tanto peso.

Con ganas de llorar porque no puedo con todo.

Pero quién puede con todo ese peso?

Así que he decidido soltar lastre. Comprimir archivos de lo que ya no me aporta nada, para que queden allí guardados y no ocupen espacio ni pesen practicamente nada.

Y todo lo bueno me lo llevo. Eso es fácil de llevar. Ligero como una pluma. Eso si que me lo quedo.

Necesito sentirme agil. Si la mochila pesa poco el camino es más fácil de recorrer.

#reflexiones