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MI SEGUNDO PARTO

Foto del escritor: mamatribudoulamamatribudoula

Mi segundo parto no fue tal y como yo me lo había imaginado. Fue un parto provocado y completamente medicalizado.

Tenía diabetes gestacional, y me tenía que controlar varias veces al día, y pincharme insulina.Y a pesar del control , de la dieta estricta y de la insulina, mi azúcar seguía su camino por libre. Así que me citaron en el hospital el martes 12 de mayo, a las 8 de la mañana para inducirme el parto. Estaba de 37 semanas. La niña venía grande y yo perdía peso cada semana que pasaba.

Yo deseaba un parto natural, como con mi hija mayor, romper aguas sola, y que todo el proceso siguiera su curso. Pero no pudo ser,

Me ingresaron y en seguida pasé monitores, dónde nos tuvieron bastante rato controlando a la niña y a mi. Yo estaba tranquila, aunque emocionada por el momento que se acercaba. Había leído que la oxitocina provocaba más dolor del normal, y un poco de miedo si que tenía.

Hacia las diez nos bajaron a la sala de partos, y la comadrona que me atendería durante todo el parto me rompió la bolsa. En ese momento si que sentí miedo, pero no por mi, sino por mi pequeña, que no le pasara nada. Noté como el liquido salía… me habían roto la bolsa.

En la vía que llevaba enchufada al brazo había no se cuantas botellitas, la oxitocina, la insulina, el antibiótico…

Y en ese momento empezaba el juego. Tenía que ponerme a andar para que mi cuerpo se pusiera de parto. La sala de partos daba a un pasillo lleno de cristaleras por las que entraba mucha luz y se veía el parque. Así que allí andábamos, pasillo arriba, pasillo abajo. Se me hacía largo, sólo tenía ganas de que llegará el gran momento.

Empecé a notar contracciones. Al principio muy llevaderas. Cuando me daba, me paraba, respiraba profundamente, y cuando me aliviaba el dolor, seguía caminando.

Poco a poco las contracciones iban siendo más dolorosas. Pero es un dolor soportable, porque no es continuo. La comadrona me iba preguntando, en la escala del 1 al 10 que grado de dolor sentía.

La cosa avanzaba a buen ritmo. según mi comadrona, como el parto de mi otra hija había sido bastante rápido, unas tres horas, este podía ser que no fuera demasiado largo.

Llegó un punto en el que cada contracción me dejaba doblada de dolor, y le dije que en la escala del dolor estaba en el 9. Así que llamó a la anestesista para ponerme la epidural.

Era la misma que me la puso con mi otra hija, siete años atrás, y la recordaba perfectamente por el daño que me hizo, ya que me tubo que pinchar dos veces. Esta vez al pincharme las cosas iban un poco mejor, o eso parecía.

Una vez con la epidural puesta, tumbada en la camilla, me disponía a descansar mientras iba dilatando.

Pero empecé a encontrarme mal, con sudores fríos, y mucho malestar. Yo no decía nada, pensando que quizás eran los nervios del momento. Pero cada vez me encontraba peor, y me asusté. Sentí que me estaba muriendo, que me iba, y me entró mucha angustia sólo pensaba en mi hija mayor. le dije a mi marido como me encontraba, me vio pálida y con mala cara. Y la máquina a la que estábamos conectadas empezó a pitar justo en el momento en el que llamaban a la comadrona. En cuanto vio mi tensión desplomada por los suelos me inyectó algo en la vía que me hizo recuperarme casi al momento. Empecé a encontrarme mejor, y pudimos relajarnos después del susto.

La comadrona llamó a la anestesista y con los gráficos de mi tensión en la mano le echó una bronca impresionante.

Pasado este mal rato, la comadrona me hizo un tacto y vimos que iba dilatando a buen ritmo, el momento se acercaba.

Casi no noté los efectos de la epidural porque de repente empecé a sentir un dolor muy fuerte en la pelvis, mucha presión. Era inaguantable. Le dije a mi marido que avisara porque me dolía muchísimo. Y al mirarme la comadrona, vio que la niña estaba coronando, así que había llegado el momento de empujar, por fin.

Llamó a la doctora, y empezamos.

Yo sentía un dolor horrible que me partía en dos, y creía que no sería capaz de soportarlo. Ellas me decían que la peque ya estaba allí, que empujara con fuerza. Yo gritaba que ya no podía más. Y ellas junto a mi marido me animaban, la niña estaba a punto de salir.

Un último empujón con un dolor atroz y noté como la niña salía, el ruido a “vacío”. Por fin Aina estaba con nosotros.

A pesar del parto inducido si que tengo que decir que una vez nacida la niña respetaron mi plan de parto, y me pusieron a Aina encima piel con piel. Ese momento es mágico, es algo maravilloso. Muy difícil de explicar con palabras todos los sentimientos y emociones que te embargan. Con mi niña desnuda encima de mi pecho empecé a llorar por tantas cosas, por la inmensa felicidad de tenerla por fin entre mis brazos, por lo duro que había sido el camino, por los bebes que no nacieron y se quedaron en el camino y en mi corazón, por la tristeza de que mi padre había muerto hacía dos meses y no había podido conocerla ni verme cumplir mi sueño de volver a ser madre otra vez.

También nos dejaron en la sala de partos, los tres solos, para disfrutar de ese momento. Con calma.

Fuera, en la sala de espera estaban mi hija mayor con mi madre y mis suegros. Cuando mi madre recibió el mensaje de mi marido de que ya había nacido, mi hija mayor soltó un grito de alegría que hizo girarse a toda la sala.

El momento en que dejan entrar a mi hija y me abraza con fuerza, emocionada, no lo olvidaré en la vida. Como miraba a su hermanita, llena de amor.

Me emociono al escribir esto, porque recuerdo cada momento como si lo estuviera viviendo ahora.

Es cierto que el parto no fue como yo hubiera querido, pero habíamos luchado tanto para llegar hasta allí que no me importó. Teníamos a nuestra hija con nosotros, mi sueño se había hecho realidad.

 
 
 

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