El domingo asistimos a una fiesta de cumpleaños de una migo de mi hija mayor.
Lo hacían en un sitio que está lleno de colchonetas y fosos con espumas.
Los chavales se lo pasaron en grande, no pararon de saltar de un lado
a otro, de hacer piruetas, volteretas…
Mi hija pequeña también estaba invitada, pero para que ella pudiera
entrar, debía estar acompañada de un adulto.
Así que me quité las botas y me dispuse a hacerle compañía.
Pero algo dentro de mi me dijo: y porque no te metes tu en las
colchonetas con ella, en vez de observarla desde fuera?
Y me lancé!
Estuve los 45 minutos que duró, saltando con mis hijas, y sus amigos.
Saltando de colchoneta en colchoneta, persiguiendo a la pequeña que se
subía por todas partes sin miedo ninguno.
Acabé molida, pero me lo había pasado tan bien! No sabéis lo que
llegué a reírme. Me sentía como una niña, despreocupada y feliz, tan
sólo debía saltar, nada más.

Al día siguiente, me levanté con agujetas en las piernas. Pero el
recuerdo de la tarde anterior me hizo sonreír. Y me hizo pensar.
A medida que crecemos, y maduramos, adquirimos responsabilidades. Y en
ocasiones nos olvidamos del niño que habita en nosotros.
Tengo la sensación que perdemos la inocencia, la ilusión por pequeños
momentos, las ganas de cantar, reír, gritar bien fuerte, jugar.
Una cosa que conservo de mi infancia, y que a mis 41 años sigue
conmigo, es el soñar despierta. Soñar, imaginar, desear…
Creo que es importante recuperar un poco a nuestro niño interior,
dejar de lado las responsabilidades, la competencia del día a día,
poder desinhibirnos, jugar, sentirnos libres, felices, sin estrés.
Ponernos a pintar, colorear, sumergirnos en un momento de paz, de desconexión.
Podemos abrazar y besar, querer y perdonar a nuestra gente, de forma
limpia y sincera, como los niños.
Podemos salir al aire libre con nuestros hijos y jugar, como uno de
ellos, sin pensar en el que dirán los demás, sin miedo a ser juzgados,
sin sentir vergüenza ninguna por estar disfrutando.
Los niños no suelen tener ese miedo a equivocarse, a no encajar en
algún grupo. Copiemos esa actitud. Equivocarse no es malo, no es
ningún error. Al contrario, significa que estás haciendo lago, puede
salir mejor o peor, pero hazlo!
A raíz de este hecho que os estoy contando, he decidido que voy a
sacar a mi niña interior más a menudo. Para reír más, disfrutar más de
cualquier pequeña cosa, ponerme a la altura de mis hijas, quizás así
las comprenderé mejor.
Y además he leído que este gesto de ser un poco más niños, a parte de
generar más felicidad, reduce los niveles de estrés. Esos niveles que
llevamos pegados la culo con el ritmo de vida que llevamos.
Así que, porque no lo intentas tu también? Todo son ventajas!
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