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  • Foto del escritormamatribudoula

Sanar Mi Parto

Entender que necesitaba sanar mi parto, no ha sido tarea fácil. No tuve el parto que soñé, y simplemente acepté que fuera así.

Pero me he dado cuenta que es algo que me duele, que lo llevo dentro.

Una parte de mi piensa que no debería haber permitido algunas cosas, me castigo y reprendo por ello. Pero otra parte piensa que bueno, las cosas vinieron así y no hay más.

Y así he nadado, entre estas dos aguas, durante cinco años.

Hoy quiero contar mi parto, como hubiera deseado que fuera, y como fue en realidad.

Debido a mi diabetes gestacional, incontrolable, incluso con insulina, me propusieron una inducción en la semana 37.

Era una propuesta, me dijeron que les preocupaba mi salud. La niña estaba bien, pero yo no. Mi Índice glucémico estaba por las nubes, cada semana perdía peso… Así que con este panorama, poco podía hacer. Acepté.

Que implicaba eso? Que mi sueño se iba a la mierda. Yo quería ponerme de parto sola, que mi hija decidiera ella cuando nacer. Ir notando como todo mi cuerpo ponía en marcha el maravilloso momento en que pariria a mi hija.

No obstante lo acepté, era cuestión de salud.

Pero ese día nada salió como yo esperaba.

Me pasé mucho rato conectada a las correas que controlaban el latido del bebé y las inexistentes contracciones.

Claro, allí no arrancaba nada, con lo bien que estaba Aina allí dentro de mi barriga, si todavía le quedaban unas tres semanas, a que venían estos a decirle que le tocaba salir ya.

Tras eso, me bajan a la Sala de partos, donde dilataré y pariré a mi hija en las próximas horas.

Y me llevó el siguiente palo, romperme la bolsa. No se explicar porque pero me sentó fatal. Sentí que invadían el espacio de mi hija, que forzaban el momento, que decidiamos por ella.

Tras la rotura, me enchufaron la vía a un cacharro infernal, que contenía diversos botecitos, la oxitocina química, la insulina, el antibiótico…

Y ala, a caminar, pasillo arriba, pasillo abajo. Divertidísimo, vamos.

El dolor de las contracciones iba siendo cada vez más potente, y eso me animaba a seguir caminando por el pasillo. Estaba a unas horas de tener a mi hija en brazos. Poco a poco esas contracciones iban dejándome doblada.

Avisé a la comadrona, que me preguntó nivel de dolor en la escala del uno al diez. Espera que saco el medidor de dolor que llevo aquí guardado… No te jode… Yo que se! Pues un ocho. El dolor era muy intenso.

Y si, acepté ponerme la epidural. Me aterrada no soportar el dolor. Que iban a pensar de mi? Como si eso importara realmente, pero eso lo se ahora.

Y de allí a la cama de partos. Tumbada sin moverme

Empecé a encontrarme mal, muy mal. Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo, y sentí que me iba. De verdad, sentí que me estaba muriendo. Acojonada, solo pensaba en mi hija mayor. Tenía ganas de llorar. Le dije a mi pareja que algo no iba bien, que me estaba muriendo.

De repente la máquina a la que estaba conectada empezó a pitar como una loca, yo la oía a lo lejos, no sabía muy bien que pasaba. Mi pareja salió corriendo a buscar ayuda. Rápidamente la matrona entró y me inyectó algo en la vía, no se que era, pero noté como volvía a ser yo, recobraba el sentido y volvía a la realidad.

La matrona le pegó una bronca bestial a la anestesista. Que pasó realmente no lo sabremos nunca pero mis pulsaciones habían bajado peligrosamente y yo me sentí morir durante unos minutos.

Tras el susto y encontrandome ya mejor, me relajé y seguí esperando.

Dilaté mucho más rápido de lo que esperaban. La epidural no me hizo practicamente efecto. Y de golpe sentí una presión muy ntensa en la vagina, una presión muy bestia, y unas ganas locas de empujar.

Aina había coronado y estaba con ganas de salir.

No me sentia con muchas fuerzas pero empujé como una loca, y en pocos minutos noté una sensación de vacío y Aina salió a este mundo.

La pusieron encima mío piel con piel. Fue la sensación más maravillosa de mi vida. Y empecé a llorar. Porque por fin había logrado llegar a término, había logrado ser madre otra vez. Y lloré porque mi padre hacia dos meses que había fallecido y ya no viviría conmigo esta felicidad.

Cuando miro atrás, reconozco que no fue un parto idílico, no fue el parto que yo había soñado. Me he preguntado muchas veces si hice lo correcto permitiendo la inducción. Me pregunto porque quise ponerme la epidural, que habría pasado si me quedo en esa Sala de partos, y no llego a despertar.

Pero de nada sirve hincharme a preguntas que no me llevan su ninguna conclusión clara. Que solo hacen que le des vueltas a la cabeza ante algo que ahora mismo no tiene ya solución.

Mi parto fue el que fué. No hay culpa que valga. Me he perdonado por tomar esas decisiones que en ese momento creí que eran las adecuadas.

Ha aceptado las cosas como fueron. Y doy gracias a mi hija por quedarse conmigo, por no volar al cielo como sus cuatro hermanos. Por darme fuerzas para sobrellevar los dos últimos meses de embarazo conviviendo con una tristeza inmensa.

Y en silencio le pido perdón por no tener ese primer encuentro juntas como yo había soñado.

Ahora con la perspectiva que me da el que han pasado cinco años, entiendo que ante las decisiones de un parto por parte de la embarazada, no siempre hay toda la información necesaria, y si muchas veces cierta presión social y médica. Para que tomemos las decisiones que a ellos les vienen mejor.

Quizás, solo quizás, podría haber tenido otro tipo de parto. Pero como no lo se a ciencia cierta, me quedo con mi parto, y con lo bueno de ello, mi hija Aina.

Parto Sanado.

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